martes, 31 de enero de 2012

YO LES DOY



 Una de las causas por las que tantos cristianos viven débiles y apagados, es la demora que suponen en el premio a su dedicación a Cristo. Las demoras en la percepción de los deseos inmediatos, es una fuente de decepción para los niños, y también para los adultos con una mentalidad de niños. Este estado del hombre, es más abundante de lo que se quiere reconocer.

Cuando alguna persona que hoy está entusiasmada con un proyecto, acción o compañía, se le enfría el entusiasmo a base de demorar el cumplimiento efectivo de tal deseo o necesidad. De hecho muchas relaciones se enturbian por causa de estas demoras tan decepcionantes.

Jesús, conocedor como nadie del espíritu y la condición humana, así lo entendió. Las demoras son decepcionantes y por ello al ser humano de cualquier condición se le debe de hacer efectiva le promesa dada, tan rápido como sea posible. Nuestra condición carnal, no admite aplazamientos que rompan el ingrediente de entusiasmo que hacen apetecibles a las cosas. Todo tiene su momento.

Él dijo claramente: Yo les doy la vida eterna y no perecerán para siempre y  nadie las arrebatará de mi mano. (Juan 10:28) Estas declaraciones y tantas otras tan insólitas y estupendas no les caben en la cabeza a muchos (muchísimos), cristianos que desconfían de la misericordia y el poder de Dios.

Cuando comprueban que Dios no les proporciona el bienestar los prodigios, según su apreciación mundana, desconfían de su amor, al ver como infinidad de inicuos reciben toda clase de bienes del vivir mundano. No entienden lo que Jesús dijo para los suyos: ... porque pasó de muerte a  vida... (Juan 5:24)

Cristo da a los suyos vida eterna, desde el momento en que estos elegidos deciden por el Espíritu, aceptar la salvación que es por su sangre. No dijo: yo les daré, sino, yo les doyEsta es la clave para el creyente que, remontando su ignorancia, recibe el verdadero poder de Cristo para su vida posterior. De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. (Juan 5:24)

Nótese, que el Señor habla de la resurrección y reunión  de cuerpos y almas después del último día, pero la salvación eterna la otorga desde ya. Desde el momento que se sumerge uno en su amor y su verdad; es decir en Él mismo. Así que, desde el mismo momento en que recibimos a Jesús, y somos recibidos por Él, estamos bajo la Gracia y la Resurrección.

HUMILDAD GENUINA


 

 Zaqueo y Jesús

La humildad es, sobre todo y como fuente de todo, ante Dios. Cualquier otra cosa no es humildad, y en ningún caso debe confundirse a ésta, la humildad, con ninguna carencia de personalidad o carácter. La diferencia es tan clara como del blanco al negro.

Dios oye al que se le humilla; al que se enternece y aflige cuando entiende que no es capaz de cumplir sus mandamientos, pese a su esfuerzo y angustia por no lograr cumplirlos. La humildad no es tener aspecto externo (ni interno) de cobardía ni de apocamiento. Al contrario, representa la suprema valentía, ya que el humilde reconoce su propia debilidad y poquedad, y la asume en fe, enfrentando sus limitaciones y dificultades. Conoce como nadie su propia condición y, así, tal como es, se estima ante el Señor.

Queda claro que el humilde no es tampoco un pesimista. Es, sin duda, el equilibrio más cercano a una persona realista, sin falsos optimismos ni manías, y sin el resentimiento y la angustia crónica del pesimista. Ni mucho menos un cobarde. La mayor valentía es volvernos contra nosotros mismos, contra nuestra naturaleza carnal, y ponerla en servidumbre, esperando sólo en Dios. La humildad y el trabajo en el Señor consiste en llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo. (2ª Corintios 10:5). Para nuestro propio bien y la armonía del Universo de Dios.

Bueno era el testimonio del Bautista, pero no era aceptado por Jesús, pues dijo: Yo no recibo testimonio de hombre. (Juan 5:34). Sólo en su amor por los discípulos y por su bien, para que fueran salvos, lo mencionó a ellos. El que era testigo fiel, que recibía junto al Padre la misma adoración y gloria, se humilló por amor de los suyos al admitir testimonio de hombre.

No obró Jesús en el orgullo, por más que nadie hubiera tenido más motivos para ello desde el punto de vista humano; y, si se quiere, desde el punto de vista psicológico, nadie tenía más motivos para ostentar un gran ego que el Hijo de Dios. Jesús, por contra, obró desde la humildad.

La humildad no es debilidad, ni impotencia ante otros. A veces se habla como si la humildad y la mansedumbre fueran contrarias a la virilidad (en su mejor acepción) y a las virtudes más destacadas del ser humano, siendo, al contrario, la expresión de la más alta nobleza y el mayor equilibrio que el Señor del cielo y la tierra desplegó cuando se hizo servidor de todos.

Así pudo decir: El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate de muchos. (Mateo 20:28). Jesús vino a hacerse nada, a considerarse nada, puesto que se puso al nivel de los que, con su vida, tenían que ser rescatados: al diminuto nivel del hombre de pecado.

La humildad, tan escondida por su propia naturaleza, tan menospreciada y alejada de los objetivos del hombre carnal hoy, tan denostada y criticada, no se comprende por parte de quienes sólo ven la apariencia de los hombres (y de las cosas), y jamás obtiene ser valorada como la destacada característica que requiere el perfecto discipulado.

Prácticamente nadie reconocería a la humildad como virtud esencial e imprescindible, fuente de las virtudes del discípulo. El discípulo que se esfuerza en la santificación diaria, ha de mostrar una humildad y mansedumbre relevantes en su conducta, actitud hacia Dios, y a los demás hermanos. Es, por tanto, la virtud más patente y primaria en los que desean seguir e imitar al humilde Cordero de Dios.

EL HUMILDE SE CONOCE A SÍ MISMO

 Creerse alguien
El humilde no se ofende, pues se conoce a sí mismo. No sintiéndose nada, nada pues, puede ofenderle. Ni busca reconocimiento de los hombres ni de ellos recibir honor y, por la misma razón, tampoco espera de ellos ofensa ni deshonor. Así decía Pablo: ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo. Gálatas 1:10.

Muchos creen que ser humilde es bajar la cabeza, hablar bajito, y privarse de todo lo que sea alegría. Es exactamente la descripción que hacía del cristianismo y de los cristianos Friedrich Nietzsche, el estrambótico filósofo alemán.

Pero el humilde sabe, mejor que nadie, gozar de los dones de Dios, tanto materiales como espirituales: porque conoce de dónde proceden y, al gozarlos, lo hace con gratitud al Dador, sabiendo ciertamente que todo don y sana alegría proceden de Dios, fuente de agua viva.

Y lo que ello implica es que el humilde no tiene por qué hablar o manifestarse de forma afectada, sino que basta con que lo que diga carezca de altanería (con mansedumbre y respeto), sin necesidad de adoptar un antinatural tono acomplejado de voz cuando habla.

Disfrutará de la vida tanto más cuanto menos espere de ella, por cuanto lo que reciba lo percibirá como un maravilloso regalo. El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? Romanos 8:32

Su alegría puede ser exultante, porque estará libre de la frustración que un arrogante arrastra tras de sí, al codiciar sin conseguir metódicamente, aquello que no tiene. El humilde no baja la cabeza. Simplemente se muestra como es, natural, sin complejo de superioridad pero, igualmente, sin complejo de inferioridad.

Además, y al no verse forzado a fingir, despliega una personalidad que otros descubrirán en él antes que en la forzada pantomima de un arrogante. Porque la humildad no es ademanes fatuos, lo que aparentemente piensa Friedrich Nietzsche, cuya receta, dicho sea de paso, no pudo salvarle de las fobias y manías que hasta su muerte padeció.

Ni está reñida, con la firmeza y la seguridad en los comportamientos. Ni mucho menos está vedada por las Escrituras según el decir de Pablo apóstol: Esto habla y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie. Tito 2:15.

La humildad es de corazón, como enseñaba y practicaba Jesús, a quien no se puede acusar de falta de personalidad; ni siquiera los ateos, que tendrán que reconocer que su figura ha marcado inequívocamente, la veintena de siglos que han transcurrido desde su nacimiento.

En el libro de Nehemías se dice que al pueblo se le leyó la ley, explicándole su sentido de tal modo que comprendiesen la Escritura. Se condolieron y se humillaron y, por ello, se les animó a alegrarse, pues se habían situado en la posición deseada por Dios: arrepentidos y humillados.

Y se les dijo: Id, comed grosuras, y bebed vino dulce, y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque día santo es a nuestro Señor; no os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza. (Nehemías 8:10).

Esto coincide perfectamente con las palabras de Jesús que son incontestables: Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento. (Lucas 15:7)

Al buen rey Josías le fue dicho: por cuanto oíste las palabras del Libro y tu corazón se enterneció, y te humillaste delante de Dios... también Yo te he oído. (2º Reyes 22:19).