martes, 24 de mayo de 2011

DOLOR HUMANO Y SERENIDAD



Nadie debe, ni puede, pasar por alto en absoluto, el negro y abismal misterio de la realidad del dolor humano en tan trágicas manifestaciones como se produce. Es duro de aceptar; incomprensible. Ya en la vida normal y a nuestro alrededor, padecemos el impacto de una multitud de situaciones que nos desconciertan y confunden cada día.
Ante este constante torbellino, debemos interpretar claramente cada estímulo y cada rechazo que nos afecte, tratando de no permitir, por pereza o ignorancia, que agite demasiado nuestra capacidad emotiva, nuestro intelecto o nuestra actividad.
Hay que hacer oídos sordos, a las muchas agresiones y otros agentes enemigos que pretendan perturbar nuestro camino de fe. Conservar la serenidad, la mesura en la conducta y en el hablar, y nunca permitir que los excesos y extravíos de otros modifiquen ni un ápice, nuestro pensamiento ni nuestras convicciones cristianas. 
La serenidad, el carácter irreprochable y la ponderación en las opiniones, harán que la firmeza y la fe no sufran, antes bien se confirmen en el contraste entre los extravíos de afuera y nuestros propios designios espirituales.
Los caracteres recios que actúan con resolución cristiana, siempre producen en los demás un respeto y una consideración notables. Y esto, aun en las personas que, aunque admiran las buenas cualidades, no practican la cortesía, la lealtad, ni tienen convicciones arraigadas que valgan un ardite.
Por lo general, resulta contraproducente malgastar tiempo y energías en responder a los adversarios y provocadores, tengan o no nuestras respuestas fundamento y razón (Proverbios 12:16;  14:33). Hay que aceptar que la envidia, el temor, la hostilidad y el engaño siempre estarán presentes a nuestro alrededor en una sociedad pagana que hace de sus crueldades, arbitrariedades e injusticias bandera de orgullo y vanagloria.
Tu temple y equidad, mostrarán en todo momento que ejerces una superioridad real, que será captada aun entre aquellos que ni siquiera tienen idea de la equidad y buen comportamiento. Tu consciencia de la irreprochabilidad de tu carácter te sea suficiente. Y después, ¿qué queda cuando todo pase, amigos y enemigos? ¡Sólo Dios! Por ello podemos decir: ¡Gracias, Señor, por tus bondades y elección! Alabado seas de eternidad a eternidad!
Hoy tenemos en España y toda Europa la corrupción que cada día hace aflorar casos y casos entre los que por su responsabilidad y eminencia, tendrían que ser los que hicieran de su conducta ejemplo de los demás. No hay doctrina que sea respetada, y como en Babel, las gentes quieren cada uno los asuntos a su manera. Y como en Babel, la respuesta de Dios llega de forma terrible.
¡Castigo de Dios! Decimos ante la avalancha de sucesos y de agitación de las gentes en guerras interminables, en casos más o menos individuales, cuando el escándalo sacude las rotativas y las ondas. ¿Y qué queremos? Que cuando nos metemos en el agua no nos mojemos; ¿Qué cuando jugamos con fuego no nos quememos? ¿Qué cuando manejemos armas y explosivos estemos igual de seguros que si llevamos entre todos una vida más concorde con la verdad de Cristo. Esta solo es para nuestro bien, y nuestra paz y prosperidad. Dios, antes que alabanza, desea obediencia y nuestro supremo bien.
El cuadro presentado así parece (y para mí que lo es), la más solemne estupidez que se pueda imaginar. Sin ninguna clase de moral, las cosas no pueden ir bien, sino cada vez más revueltas y peligrosas. El pueblo perece por falta de conocimiento, se dice en un lugar de la Escritura. (Oseas 4:6)  Y es cierto que se repite aquí la misma situación que en Babel en donde cada uno habla, hace lo que quiere, y espera a la vez que todo marche en armonía y serenidad. Así es, el hombre sin Cristo.