martes, 20 de diciembre de 2011

RELATILLO DE MI AMIGO QUERIDO ALBERTO BOUTELLIER


Estoy a una semana de la Navidad, y por primera vez en este otoño que termina, he sentido frío. Normal, me dirán: es lo propio de la estación, mas no me refiero al que se mide en grados Celsius, sino al que observo en los ojos de las gentes; no sé si habrá algún medidor capaz de calibrar el frío del que espera y no recibe; frío en los ojos del indigente que confía en la sensibilidad propiciada por las fechas; en los del comerciante, que realiza un esfuerzo excepcional en sus compras en busca de ese coyuntural oasis de la demanda que atenúe su zozobra económica; en aquel que desea estrechar el lazo familiar desatado, congelado durante el año, y solo sustentado por la sangre que circula por sus venas. En los del político, que tras el brillo de eufórica victoria se transforma en hielo acerado, y alterna el pulso tembloroso y firme a la vez, para negar lo prometido. La expresión en el abuelo, que reabre su hogar a hijos pródigos, forzados por la injusticia de intereses bastardos. En la mirada africana con sonrisa de marfil por nuestras calles, que se debate entre un futuro sin esperanza y la nostalgia de un pasado sin retorno. Ojos fríos que se duelen de lo que le falta y no celebra lo que tiene. Ojos anegados que brillan por la tristeza al sentirse agraviados por la sociedad. Ojos que recuerdan las ausencias. Ojos al fin, rendidos, a los que les suena a hueco la rutinaria ¡Feliz Navidad!