martes, 7 de mayo de 2013

¡BIEN HECHO SEÑOR! (A petición de Pepe Junco, y Marga Benitez. Y algunos otros más otros más.


Trayectoria de la relación Dios Hombre

Son innumerables cuántas citas bíblicas podemos aportar, y todas nos enseñan que el hombre, ante la prueba, conoce las dos cosas principales en medio de ella.

 Todo proviene de la voluntad de Dios, adverso o favorable, aun desde nuestra corta perspectiva.

 Dios sabe lo que hace.


La primera consideración ya nos proporciona un horizonte de alivio y esperanza. Le sigue consecuentemente que la liberación vendrá en todas las ocasiones. Para  verdadero  creyente, hasta la muerte es una forma de liberación.


A veces esta liberación, este escape, se presenta rápidamente y otras, aunque ocasionalmente parezca que se aplaza según nuestra torpe impaciencia, al final llega con fruto cierto y abundante (Hebreos 12:11). Siempre hay liberación para el que está en el Señor si sabe esperar el momento oportuno.


Las formas, pues, y el tiempo del consuelo, hemos comprobado que dependen de Dios; como todo. Que el consuelo llega es cosa segura; basta estar confiado. La paz llena al creyente, que sabe que el Padre no aflige ni entristece por el placer de atribular a sus criaturas. Antes bien, si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias (Lamentaciones 3-32).


La aparente y. por tanto, falsa arbitrariedad que los paganos atribuyen a Dios, porque desconocen sus designios de amor, los cristianos confiados en su fidelidad, la consideramos como lo que verdaderamente es; una prueba que, como a hijos amados, nos hace pasar para darnos reflexión, dirección e inteligencia espiritual. Aun cuando observemos que viene concatenada con otros acontecimientos, que a nosotros nos puedan parecer no relacionados con lo que nos atañe.

El cristiano escarmentado y de vuelta de las falsas filosofías, ya no pone atención ni hace depender su vida de las mundanalidades nocivas y, por tanto, tiene libres su mente y su cuerpo para oponer a la agresión externa o interna, las adecuadas contramedidas con total eficacia sostenido por el Espíritu Santo.


En la convicción de depender de su Padre soberano y bueno, le es permitido al cristiano afrontar los problemas que emergen ante sí, con la elegante y desconcertante naturalidad que tanto sorprende a los paganos. Ninguna agresión o padecimiento hará derrumbarse al cristiano, convicto y confeso de su propia debilidad y dependencia.


Es el ser más débil e indefenso, y a la vez la más poderosa fuerza del universo creado. Al no tener poder propio alguno, posee para existir el poder de Dios en la plenitud de Cristo. Es hechura nueva elegida y privilegiada por Dios, Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Filipenses 4:13. Lo experimentamos, lo percibimos así en cada instante, y una alegría interior indescriptible, real, y sentida profundamente nos invade momento a momento.


En el triunfo o en el desastre mundano, vemos impostores y engañadores. Tanto en una como en otra situación conocemos que, fijos los ojos en la luz del Cielo, podemos atravesar tranquilamente tanto la oscuridad del fracaso, como la falsa luz del triunfo mundanos. Romanos 8:37.


Ciertamente vivimos aquí, en otra esfera de la existencia en la que se contemplan, por la fe y la revelación, ambos lados del misterio de la vida y la realidad del más allá. Todo constituye un complejo de factores, que forman parte de una misma unidad del obrar de Dios. Percibida de una forma maravillosamente real, hace de nuestras vidas una experiencia trascendente y eterna.

Formamos parte del "Pleroma", es decir, de la plenitud de Dios, en Cristo, y todo forma parte del mismo plan y de su misma realización. Nos llevaría tan lejos este pensamiento, que hemos aprendido con simplicidad a decir: ¡amén! en cualquier circunstancia o tiempo. ¡Y sabemos lo que decimos!

La gran equivocación entre tantas grandes equivocaciones es que, a menudo, confundimos las dos palabras, mal y adversidad. ¡Cuántas veces hemos comprendido, aun desde nuestra mente testaruda, que aquella adversidad no fue un mal! Contemplado desde la actual panorámica, fue el salto a un enorme bien. Y exclamamos: ¡Menos mal que el Señor lo hizo a su manera, y no como yo creía que debía ser hecho!

Todo hemos de verlo, como fin hacia la última manifestación de la gloria de Dios. Y la gloria de Dios es lo único de valor a buscar puesto que, aun egoístamente, es la sola garantía de nuestra gloria.

¡A Dios la Gloria!
Porque… ¡lo que es nosotros!