
Andando en la negrura de de una vida perdida,
No respeté tu nombre ni amé tu grandeza,
Ignorante marchaba por la senda torcida,
Enfangado y sin rumbo en mi torpe vileza.
Como tema de risa de tus cosas hablaba
Y cual bestia sin brida sin temer ni pensar,
De tu nombre bendito con descaro burlaba
Y en mi estulta jactancia no te quise escuchar.
A mis nubes sombrías entre altivos denuestos,
Con resuelta insolencia las osaba retar,
Pero vino la angustia de mis días funestos,
Con sus crueles tormentos, y el sufrir y el llorar.
¡Seré siempre dichoso! me lo debe la vida;
Mi inquietud, con soberbia, intentaba auyentar,
Soportando rugientes en mi alma afligida,
Las secuelas horrendas de mi absurdo bregar.
Tus amantes palabras sedujeron mi alma,
Aquietaron mis penas, me volvieron la vida;
Con brillante esperanza me trajeron la calma
Y sanaron potentes mi temor y mi herida.
Me volví de mis pasos aturdidos y yermos,
A tu dulce llamada acudí con anhelo;
Me curaste los pies ateridos y enfermos,
Y entendí porqué hablabas, de Verdad y de Cielo.
El milagro de vida y el poder de tu amor,
A mi ser apaciguan y lo colman de gozo,
Aventando por siempre el pesar y el clamor,
Cobijando mi alma en tu ansiado reposo.