sábado, 18 de junio de 2011

DIOS, LA FE Y EL UNIVERSO

 

Sea como sea, el caso cierto es que vivimos sujetos y constreñidos a los condicionamientos que la vida dispensa a cada uno. Aparentemente las cosas pasan «porque sí», se dice entre las gentes y «porque sí» suceden los desastres, las injusticias, y el mundo sigue «rodando». Todos tenemos que morir, se dice siempre, pero jamás se acepta si se aplica a uno mismo o a los suyos.

El esclavo sigue esclavo, el enfermo sigue enfermo, y un tifón, rayo, o terremoto, no distingue a nadie. Dios hace su obra, y ella actúa dentro de las leyes que El le marca, aunque siendo soberano no tiene por qué sujetarse necesariamente, a ellas. La creación pertenece y se sujeta a Dios, y no al contrario.

Si Él quiere, puede cambiar cualquier devenir, hacer o no hacer. En la onda de la fe, sabemos que nada hay imposible para Dios. Esta afirmación tan verdadera, adecuadamente meditada, nos da la constatación de lo que Dios es y cuál es nuestra posición ante él.

El Señor se atiene a su propio gobierno, y a su solo propósito en relación con su Universo. La naturaleza no es una fuerza ciega. Ocurre, que nuestra diminuta inteligencia no puede ni imaginar el conjunto ajustado y perfecto, de la combinación de acciones que componen la vida y el movimiento de la creación.

Todo está conectado en tiempo, forma, y lugar entre sí, por la sola inteligencia y omnipotente voluntad de Dios. En el interior de cada evento, está Dios disponiendo y gobernando. Mucha gente sufre, a causa de su lógica inhabilidad para comprender ni un átomo de lo que sucede; pero esto es debilidad e incompetencia de la criatura y no un error de Dios.

Y así suceden los males, los accidentes, las calamidades, etc. Sabemos que nada sucede sin el Padre, en actos libres y soberanos propuestos y determinados desde la eternidad. Es la clara visión de la fe. Detrás de cada suceso, hay una realidad que no es casual. Los eventos pasan, pero esa realidad y ese determinado propósito, y el poder que lo ha hecho posible es lo que permanece.

En el camino de Emaús, Jesús resucitado preguntó a los discípulos cuando le contaban los sucesos de Jerusalén, creyéndole forastero y desconocedor: «¿Qué cosas?» (Lucas 24:19). Aquellos eventos ya habían pasado. Delante de ellos tenían la realidad trascendente de Cristo resucitado del que, por fin, comprendieron que era la sustancia y motivo de todo lo acaecido.

El suceso es tributario de la realidad, forma parte de ella; pero sólo como fenómeno, no como núcleo del devenir de las cosas. Dios es la única realidad trascendente y esencial. Por eso podemos decir: Dios lo es todo. (Efesios 4:6; Corintios 1 15:28).

A un creyente en situación de extremo peligro sus compañeros, que compartían el mismo riesgo, le increpaban: «Sólo sabes hablar de Dios, ¿es que no sabes hablar de otra cosa?» Él, en medio de la gran agitación y crispación naturales de todos, respondió mansamente: «¡Es que no hay otra cosa!»

Este hombre, veía mucho más lejos que sus compañeros de infortunio. Los mismos peligros compartidos, eran contemplados por él desde otra realidad y perspectiva distinta. Una sólida realidad, claramente percibida, que le hacía permanecer en calma y poder seguir confiando entre la desesperación de los otros. Y todo así.

La fe no es una jaula, sino una puerta abierta desde la comprensión del misterio de la creación, y las consecuencias naturales aportadas por la razón. Es tan fácil como tratar de imaginar al Océano Pacífico, desde el borde de una piscina. La razón trabaja desde ese lugar, hasta captar algo de la grandeza del Océano. Y comienza la fe.

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