domingo, 11 de noviembre de 2012

ALGO SOBRE LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU (PARTE I)


 




                   Es realmente insólito si no fuera consuetudinario,  como se extravían las personas, cuanto más «saben» de las cosas de la religión. De la raíz de la persona de Cristo, solo debe salir un árbol de la misma naturaleza. No puede dar árbol malo fruto malo, sino que el árbol bueno es seguro que cada temporada dará buen fruto.

               Del que está enraizado en Cristo, solo pueden salir ramas buenas y frutos buenos. Y los frutos del Espíritu de Cristo, que Él nos dejó para acompañarnos a los suyos cada momento, ya nos los dejó muy asequibles y claros el apóstol Pablo: Mas el fruto del Espíritu es amor, paciencia, gozo, benignidad, bondad, fe,  mansedumbre, templanza; paz, contra tales cosas no hay ley.

Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. (Gálatas 5: 23 al 26).

              Es fácil confundir los frutos del Espíritu con los dones del Espíritu, que aunque van concatenados y son resultado unos de otros son de carácter completamente distintos. Lo que ocurre es que la enseñanza de tales cosas es difícil, ya que en las parroquias y lugares de culto, los presbíteros tienen tantas tareas a las que acudir que la predicación suele ser muchas veces anodina y falta de garra evangélica.

             A veces me duelo de que tenga que ser un pagano (no es despectivo), los que nos dan lecciones maravillosas de la fe de Cristo a los que la profesamos o lo decimos. Un empresario japonés (sintoísta), asentado en México, decía entre otras muchas cosas: si una cartera o cualquier objeto se encuentra,  ese objeto es de alguien.

             Con eso daba a entender el principio de propiedad, como propiedad es un miembro cualquiera de nuestro cuerpo, una cualidad, o un defecto de nuestras personas. Es algo nuestro e inalienable.  Abusar de este miembro o de otro, es faltar de principio a las normas de la naturaleza.

          Todo tiene su propietario; así decía Pablo apóstol a los suyos: Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolo, sea Cefas, (Pedro) sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios. Al final termina por decir que todo es de Dios; y es natural porque todo ha sido creado por Él y para Él. 

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