YA ESTÁ FACULTADO PARA SUBIR, ÉL SOLO.
A medida que el Espíritu de Dios se
impone y llena el espíritu y el alma del hombre, también el cuerpo empieza a incorporarse
a este estado de comunicación espiritual. Somos un todo indivisible y todo obra en armonía con el
llamamiento de Dios.
La confianza en Dios, y en uno mismo, se robustece a medida del continuo
crecimiento espiritual, de manera que sus actos son regidos por un único móvil,
que proviene de Dios que otorga por este medio una capacidad de auto-control superior
con mucho a la
que posee la gente corriente.
La práctica del autodominio deja de
ser onerosa
violación a la
tendencia natural, porque un nuevo hombre se ha formado según la voluntad y el
imperio de Dios, y la disposición natural del nuevo ser ha sido transformada y
dirigida hacia metas absolutamente
superiores.
No existe ya subordinación a las querencias naturales, que siguen impresas desde la caída
en el hombre corriente. Dios actúa en nosotros y pone sobre la nueva criatura
recreada, unas inclinaciones nuevas para hacer su voluntad, y todo nuestro ser
coadyuva a este divino propósito.
Así afirma y constriñe la Sagrada Escritura : En cuanto a la pasada manera de vivir,
despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos naturales
engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo
hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Por lo cual,
desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos
miembros los unos de los otros. (Efesios 4:22,25).
Un mandamiento imposible de cumplir para la persona
inconversa.
Perfectamente alcanzable si entregamos a Cristo todo nuestro ser; espíritu,
alma y cuerpo, actuando el Espíritu de Cristo en nuestras mentes y en nuestros
corazones ya entregados a Él.
Un mandamiento que solo exige lealtad y
autodominio para que, hacer la voluntad de Dios sea algo grato, sin aspavientos ni jactancia. Esto nos debe llenar de satisfacción y, como dice la
Escritura : esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez
más excelente y eterno peso de gloria, (2ª Corintios 4:17) La celeste Esperanza, que decía Rubén Darío el poeta.
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