sábado, 17 de agosto de 2013

APLOMO CRISTIANO


YA ESTÁ FACULTADO PARA SUBIR, ÉL SOLO.
 

A medida que el Espíritu de Dios se impone y llena el espíritu y el alma del hombre, también el cuerpo empieza a incorporarse a este estado de comunicación espiritual. Somos un todo indivisible y todo obra en armonía con el llamamiento de Dios.

La confianza en Dios, y en uno mismo, se robustece a medida del continuo crecimiento espiritual, de manera que sus actos son regidos por un único móvil, que proviene de Dios que otorga por este medio una capacidad de auto-control superior con mucho a la que posee la gente corriente. 

La práctica del autodominio deja de ser onerosa violación a la tendencia natural, porque un nuevo hombre se ha formado según la voluntad y el imperio de Dios, y la disposición natural del nuevo ser ha sido transformada y dirigida hacia metas absolutamente superiores.

No existe ya subordinación a las querencias naturales, que siguen impresas desde la caída en el hombre corriente. Dios actúa en nosotros y pone sobre la nueva criatura recreada, unas inclinaciones nuevas para hacer su voluntad, y todo nuestro ser coadyuva a este divino propósito.

Así afirma y constriñe la Sagrada Escritura: En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos naturales engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. (Efesios 4:22,25).



Un mandamiento imposible de cumplir para la persona inconversa. Perfectamente alcanzable si entregamos a Cristo todo nuestro ser; espíritu, alma y cuerpo, actuando el Espíritu de Cristo en nuestras mentes y en nuestros corazones ya entregados a Él. 

Un mandamiento que solo exige lealtad y autodominio para que, hacer la voluntad de Dios sea algo grato, sin aspavientos ni jactancia. Esto nos debe llenar de satisfacción y, como dice la Escritura: esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria, (2ª Corintios 4:17) La celeste Esperanza, que decía Rubén Darío el poeta.

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