Artículo que pongo a vuestra disposición, porque me ha encantado
Conciencia de objeción
23
octubre 2013. Enrique García-Máiquez 

diariodecadiz.es
A
la objeción de conciencia su fuerza no se la da ni una ley ni un
pronunciamiento judicial, sino la conciencia individual de una persona, su
coherencia y su coraje civil
Los
tribunales franceses han fallado que no cabe objeción de conciencia frente a la
ley que obliga a los alcaldes a casar parejas homosexuales. Por lo pronto, ya
se ve la falsedad del argumento más repetido por los partidarios: «Si conceden
derechos a otros, ¿qué te importa, eh?, ¿por qué te metes en sus vidas, eh?,
¿te afecta en algo, eh?, ¿te obligan a ti, eh?» Pues es que sí: cualquier
derecho atañe a todos porque impone deberes alrededor. Y ahí están esos
alcaldes a los que imponen casar ellos a quienes ellos creen que no deben
casar.
Y
otra cosa queda clara. La clásica dualidad en la izquierda, entre unos
anarquistas y otros totalitarios, se ha extinguido con la victoria de la
facción −ay, la supervivencia de las especies− más fuerte. Hoy sólo se
encuentran rasgos libertarios entre los más liberales y neocon.
Hay que ser muy hegeliano para celebrar una sentencia que veta la posibilidad
de objetar.
Y
hay que ser muy ingenuo para considerar que esa sentencia debilita a la
objeción. Es todo lo contrario: a la objeción de conciencia su fuerza no se la
da ni una ley ni un pronunciamiento judicial, sino la conciencia individual de
una persona, su coherencia y su coraje civil. La objeción de conciencia es
resistencia frente a la ley considerada injusta, que no puede abolirla, porque
es la conciencia la que la juzga a la ley y no al revés.
Considerar
que el ordenamiento jurídico prohíbe la objeción es conceptualmente tan
ridículo como lamentar que un decreto no declare inexistente el delito. La
conciencia y el delito están ambos en distinta longitud de onda que la norma
jurídica: la primera por encima, el segundo por debajo. Otra cosa es que la ley
contraataque por arriba y por abajo con el castigo, pero es entonces,
justamente, cuando la conciencia debe sostener con heroísmo su objeción.
La
objeción de conciencia reconocida por la ley es sólo un refinamiento
democrático, una muestra de respeto a las minorías, pero no es, en sentido
estricto, auténtica objeción de conciencia. Mantiene el nombre por su prestigio
histórico y como homenaje a aquéllos que realmente se resistieron al poder,
arrostrando las consecuencias, a menudo fatales. Esta sentencia francesa
plantea dudas sobre la sensibilidad de su democracia; pero no sobre la
conciencia, los principios y el valor, tan necesario, de las personas. Ahora
los alcaldes pueden ser, si quieren, de verdad objetores.
Enrique García-Máiquez
TOMADO SIN PERMISO, PERO CREO QUE EL DIARIO, Y ÉL MISMO, ME LO CONCEDERÁN.
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