miércoles, 6 de abril de 2011

AGNÓSTICO, O PEREZOSO INTELECTUAL?

Siempre que se habla de la fe se eroga el argumento del escepticismo y se le pone el bonito nombre de agnosticismo, que queda más elegante y que en cierto modo coloca al que se reconoce así en una situación de ser “algo”. Escépticos y agnósticos, somos todos los que de alguna manera tenemos interés en comprobar si las verdades son reales o sofismas, como suelen ser en numerosísimas ocasiones y más en este mundo moderno que se jacta de no creer en nada.
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La gente no cree en nada hasta que le hacen un mal y llaman a la policía; entonces claro que creen en la policía. Y de estas y como estas, puedo ofrecer ejemplos hasta la extenuación. J.P. Sartre era muy dado a decir que no existía verdad, pero alentó las revoluciones burguesas, y sus escritos rezuman convicción de que él si dice verdad. Madame Beauvier, su amante, también encabezó el feminismo de su tiempo y por lo que se ve hoy, también creía que lo que propugnaba era verdad.
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Para mí, que el agnosticismo aplicado a religión es fruto de la pereza mental y de la abrumadora influencia que los medios ejercen sobre las gentes. No es raro encontrar personas que cambian de opinión de la manera que son manipulados por los medios que frecuentan. Se puede muchas veces saber que medios frecuenta por la forma que tiene de enfocar los sucesos. También a los de la fe se les nota su querencia, pero esta es sola mente en una dirección que avala la justicia de su fundamento.
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Todo lo que se hace bajo esta filosofía es hacer el bien. Hacer el bien es una verdad incontestable, y produce los frutos más eficaces para la paz del que es ayudado como para el que ayuda en nombre de Jesús. Este lenguaje a veces produce ronchas en las gentes, como si el cristianismo fuera enemigo de alguien.
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Así pues, el escepticismo, para mí, es una debilidad del espíritu y un infierno para el que se encuentra continuamente en duda y, por lo tanto en aflicción de espíritu. El agnóstico religioso sabe que no somos nada más que nuestro propio cuerpo. Esta convicción les hace rechazar la fe, porque se sentirían con la necesidad de esforzarse para estar en armonía con la Tierra y con la pura lógica, así como con Dios el Creador. Su ignorancia les impide crecer; cuando ya tropiezan en los rudimentos ¿Cómo les va a ser posible avanzar en la realidad de los misterios, empezando por los de la naturaleza?.
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El salvaje que adora al dios de las praderas o del bosque sabe que hay una entidad superior a sí mismo, pero el agnóstico se niega a someterse al dictado de la razón. Esta razón, le dice que lo creado es obra de alguien, y que ese alguien es el Creador que es reconocido por los cristianos. La palabra y hechos de Jesús son incontestables y el agnóstico lo sabe, aunque se niega a entrar en estos misterios, como se niega a entrar en el misterio de la luna, de las flores, de los animales, con criterio racional, porque cree que si entra se convertirá en tributario del Creador y, por lo tanto, prefiere la facilidad de las corrientes que le envuelven, a envolverse en la frazada protectora del Evangelio.
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No de otra forma se comprende el éxito que adquieren los libros, películas, y cualquier opinión que suponga un descrédito del Evangelio, y opiniones que apoyen las dudas que al tiempo que le embargan son aguijones que le espolean. El que anuncia liberación y alegría, es despreciado y puesto bajo unos focos implacables, aunque en dos mil años ha prevalecido tanto sobre todas las corrientes de afuera como de las corrupciones de dentro.
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Rafael Marañón
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Subió una mona a un nogal
Y cogiendo una nuez verde
En la cáscara la muerde
Lo que le supo muy mal
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Arrojóla el animal
Y se quedó sin comer
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Así suele suceder
Al que su empresa abandona
Porque haya como la mona
Un principio que vencer
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Fabulistas


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