miércoles, 2 de noviembre de 2011

AY LA DICHOSA IGUALDAD



Me escribe un correspondiente hablando de la igualdad, del “buen salvaje” de Rousseau, y otras muchas más soflamas y ditirambos a la ciencia y a la filosofía. Yo como soy más cerril, sigo pensando que un ciego no es igual a un vidente como un calvo no es igual a un peludo, y ya puestos, en  una de las cosas que más me influyó a mi en mi juventud; es que no era guapo.

Simplemente los amigos más guapos se llevaban a las chicas más bellas, y yo tenía que contrarrestar esa deficiencia con más simpatía y agrado, que no tenían los guapos que vivían pagados de sí mismos. ¡Pero donde se ponían unos guaperas, no había nada que hacer! También los chicos preferíamos a las guapitas.

Bueno, esto viene a cuento de la dichosa igualdad. No hay igualdad porque unos somos algo feillos y otros son guapazos/as. Y esto es así desde que Adán y Eva eran novios. Unos viven -siendo unos redomados granujas- un “montonazo” de años y otros, siendo unas bellísimas personas, “la palman” a los cuarenta años. Unos corren, y otros tienen asma. Unos gordos y otros flacos ¿Qué sabe nadie?

Y también, porque mi amigo habla maravillas de su socialismo utópico, del que yo soy el más acérrimo partidario. Lo que ocurre, es que el mejor socialismo es el cristianismo genuino, y para eso se necesita volver como un calcetín el corazón de los humanos; que ya no existan, ni el racismo, exclusión por creencias, avaricia, sexo, etc.

O sea, los siete pecados capitales, y muchas cosas más que en el Reino del diablo -que es el mundo y sus deseos- conforman las columnas de la sociedad, como escribía el admirado Fernández Flores en su obra -Las siete columnas-. Simplemente el lujo, la avaricia, y todo eso, son las columnas de la civilización, tal como la vivimos.

Decía un famoso intelectual a otro. “No vaya usted a caer en el error de Jesucristo que creía que la humanidad tenía redención”. Jesús nunca pensó que los humanos teníamos remedio por prédicas o la fuerza, sino que lo que hizo fue redimirnos por su infinito poder, expresado paradójicamente en el trance de la cruz. Por eso no cometió ninguna equivocación, sino que siempre esperó que otro remedio fuera provisto por el Padre Eterno. Fue de esa forma y el lo acató y obedeció.

Son las palabras que comenta la Biblia en las que se dice: Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén. (Lucas 9:51) Por supuesto que Él sabía lo que le esperaba, y no se hacía ilusiones de cómo terminaría aquello… ¡pero obedeció!

Esto nos trajo como se dice en otro lugar: Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención (1ª Corintios 1:30) Ese era el plan de Dios, y no otro que nosotros pudiésemos inventar. Jesús lo cumplió y si bien su carne como hombre sufrió, y hasta clamó para que el Padre le librara, su espíritu se sometió y todo Él cumplió los designios de Dios Padre, para nuestra salvación y vida eterna.

Hoy día de los difuntos, quiero enviar un mensaje esperanzador, para que todos estemos seguros de que por la grandeza y misericordia de Dios y por la sangre de Jesucristo, tendremos ocasión de ver y abrazar a los nuestros, a los que tanto quisimos en ocasión mucho más dichosa. Para terminar este largo epílogo, quiero decir y animar a que tengamos esperanza, que es la que mueve la vida de fe en Jesús, y en el Padre Creador que ama a sus -a veces- muy tercas criaturas que somos. A Él sea la Gloria. A ti, Francisco, por que verás a Alicia como la has visto antes, pero sana, bella, y feliz.


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