jueves, 8 de diciembre de 2011

AGRAVIO AL EVANGELIO


Es grave agravio el que se hace al Evangelio creyendo que se puede ser de la familia de Dios y andar de cualquier manera al estilo de mundo. Jesús nos dijo que los que fuésemos suyos sufriríamos de incomprensión y hostilidad del mundo, cuando no de persecución.

Así dice la Escritura Santa: ...el fundamento de Dios es firme teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo. 2ª Timoteo 2,19.

Decir que alguien es un hermano conociendo su vida contraria a las sublimes susurros de Cristo es faltar a la verdad, y no tenemos derecho a dar por buena la especie de que un impío pertenece a Dios. Por sus frutos los conoceréis, Mateo, 7,16. Insiste la palabra de Dios.

Puede que el tal sea muy amado por nosotros y que deseemos fervientemente que sea rescatado de sus iniquidades, pero no podemos llamarle hijo de Dios en sentido espiritual, porque no lo es.

Hay también una religiosidad sin obras dignas y propias de la vocación cristiana; una religiosidad formalista, pero que no aporta signos de verdadera entrega a la dirección de Dios. Es que no hay amor, sino compromisos mundanos. Por lo tanto estos falsos religiosos necesitan cambiar sus conductas, para que puedan ser recibidos en comunión por los que de veras demuestran su condición y su conducta cristiana.

Hay en la Iglesia personas que quieren ser declaradas como participantes de todos los beneficios de ella, pero siguen el camino trillado del mundo y quieren, además, que la iglesia se pliegue a sus demandas cuando, por sus conveniencia, le viene bien que la iglesia bendiga un proyecto, acción o idea religioso de cualquier clase, que ellos consideren que debe aprobar y hasta ser cooperante en su exigencia caprichosa.

La Iglesia de Dios es columna y baluarte de la verdad.  A la verdad de Dios tiene que atender la Iglesia, y no a los caprichos y opiniones que continuamente tratan de manchar su testimonio, y su dependencia de Cristo que es su cabeza.

Jesús es taxativo: Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y me siguen. Juan 10:27. Esas que no oyen, no son las ovejas que Jesús conoce y las que le siguen. Son perdidas o descarriadas. Las más no quieren oír. Solo volviéndose a su verdadero pastor (que no cesa de buscarlas), pueden ser salvas y pertenecer al aprisco de los salvos.

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