lunes, 5 de diciembre de 2011

JESÚS EL HOMBRE



Si el hombre no se da cuenta de su corrupción y su fragilidad no hay forma de que Cristo le acoja. El Señor acoge a los que a sus pies lloran porque se saben indignos tal como dijo el centurión: Señor no soy digno de que entres en mi casa; pero di la palabra y seré limpio. (Mateo 8:8)

El Espíritu nos convence de verdad, de justicia, y de juicio, (Juan 16:8) y nos hace ver la siniestra situación en que nos encontramos a merced del diablo el gran enemigo de la humanidad entera. El Espíritu nos hace ver claramente, y cuanto más dentro de Dios más nos damos cuenta de nuestra ignorancia culpable, flaqueza, y naturaleza corrupta, que tanto nos cuesta reconocer.

Cuando contemplamos los astros que nos rodean y vemos la proporción del planeta tierra comparado con ellos, nos damos cuenta de nuestra pequeñez, que nos resistimos a comparar en nosotros mismos con respecto a la luz del Señor, a su pureza, y a su amor perfecto, sin sombra de acepción de personas.

Sabemos como dicen tantos que “algo tiene que haber” ya que la inmensidad de la Creación no cabe en el argumento de que todo se ha hecho solo. Es cierto que no sabemos de Dios sino unas muy rudimentarias y a veces erradas nociones de su grandeza y de la inmensidad de su poder.

El Evangelio lo dice claramente, cuando nos advierte que Dios es algo inaprensible, que solo tiene un testigo divino aparte de sus obras: A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer. (Juan 1: 18).

¡Un hombre! Ese es profundo misterio de Jesús y del Padre. Jesús se enfrenta con el diablo como hombre que recibe tentaciones, pero que las rechaza por la unción recibida.

Sabe resucitar a un muerto,  sabe comer y alegrarse con todos en compañía de amigos y discípulos, y sabe orar clamando al Padre para que lo libre de los tormentos que le esperan, y en particular por el abandono del Padre en el peor momento de su sufrimiento y muerte.

No es antagonista en igualdad de condiciones con el diablo. Es el Verbo Encarnado en un ser humano maravilloso, que nos muestra por su señorío sobre el mal y por su doctrina divina, que quiere llevar a muchos al Padre Eterno.

Si Él quiere, puede aplastar de un capirotazo al diablo, pero como hombre tiene que solidarizarse con la naturaleza humana para hacer la voluntad del Padre, salvarnos de nuestra merecida perdición, y padecer por todos los sufrimientos en que el pecado de la raza humana nos ha sumergido a los que pertenecemos a ella. Y Él también era humano como nosotros. Eso es algo que a veces se olvida o se obvia.

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