miércoles, 25 de abril de 2012

FIN DE ESTE LIBRO


Daniel en el foso de los leones

Dios no está desprevenido, ni lo que sucede es algo que se le ha ido de las manos. Forma parte, de una u otra manera, de su plan global que se manifestará en el día oportuno. A nosotros (sus hijos), nos corresponde tomar nota y no hacer nido en tantas circunstancias  que tan tenazmente nos rodean. 

No tenemos por que apegarnos a las cosas de tal manera, que nos untemos de la brea pegajosa que atrae con su brillo fatal. No es merecedor de reprensión, el amor a las dulces y bondadosas ordenanzas de Dios y su leal cumplimiento por amor a Él.  ¿Por qué algunos de los que dicen ser de los cristianos la critican tanto?

Esto es claro y es defendido, con toda razón y legitimidad, por todos los grandes hombres de Dios. ¿Cómo, pues, hay tanta discrepancia de unas formas de teología con las otras que defienden el mismo principio? Y mientras, los paganos viven sin recibir la alternativa del evangelio puro. Es una terrible situación y responsabilidad.

Llegará la hora, conforme avance esta tendencia, en que se nos pueda decir como se le dijo al profeta: No tomarás para ti mujer, ni tendrás hijos ni hijas en este lugar (Jeremías 16:2) cuando la fatal hora de la destrucción llegó, a pesar de los requerimientos amorosos del Señor y sus terribles amenazas. Ni unos ni otras fueron nunca escuchados, y consecuentemente sobrevino la catástrofe de forma total e inevitable.

La calamidad se cierne sobre un mundo inestable en grado sumo y los hombres se entregan a las falacias del hedonismo, el egoísmo, con tan suaves palabras y conceptos, que les hacen aparecer (según sus falaces criterios) más buenos y solidarios que los mismos cristianos. Todo en ellos es apariencia de piedad, pero niegan la eficacia de ella. 2ª Timoteo:5).
El Señor reina y prosigue su obra; su extraña y maravillosa  obra, y los suyos moramos tranquilos en el conocimiento de que está a nuestro lado en cualquier lugar, situación y momento. Dios reina y Cristo vive en nosotros por la fe: Yo soy; no temáis, dijo Jesús (Juan 6: 20) ¡Que se mueva el mar y la barca cuanto quieran! Nosotros estamos en seguridad, anclados en la Roca firme de Cristo. ¡Alabado sea por siempre!   

EN SU TRONO.

En su trono sublime, Dios, me avala,
Y al olvido no da mi voz ansiosa.
Él la súplica mira lastimosa,
Y el gemido que un hijo suyo exhala.

Es la mano de Dios la que regala
Al que mira su luz maravillosa,
Que le brinda la paz en que Él reposa,
Y le limpia del cieno en que resbala.

En su trono está Dios que me ilumina,
Como antorcha que luce en la tiniebla,
Con palabra que enseña y que fascina.

Miraré hacia el Señor; la luz divina.
Clamaré sin cesar y entre mi niebla,
Mostraré la dolencia que me espina.

FIN DE ESTA PUBLICACIÓN



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