viernes, 27 de abril de 2012

ORDEN Y DEBER



                  Para obrar bien, vivir una vida que merezca la pena, y estar en condiciones de tranquila conciencia, es imprescindible el dominio de nuestros cuerpos y nuestros pensamientos. El cuerpo fuerza a la mente, y esta lleva a la acción al cuerpo y al contrario también. Nada se consigue entre la sociedad en que vivimos, queramos o no,  si somos como dijo Jesús: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? (Lucas 7:24) Solo un hombre, profeta, simple y armado de la verdad.

Y es que de forma espontánea la atención se deja captar por todo lo que pasa alrededor, por toda percepción, por toda cosa brillante y atractiva. Son los que yendo a una obligación directa se entretienen en parlotear o en un grupo que mira hacia arriba por un vulgar pájaro que pasa.

Esto difiere totalmente del hecho de dirigir el pensamiento sobre lo que significa un determinado orden de hechos o representaciones voluntariamente aceptadas. Este es el orden evangélico que solo mantiene en sus pensamientos el objetivo de la vida, Dios; y como consecuencia los pensamientos o actos que se corresponden con tal vocación.

Y esto conlleva, que en el momento de ser solicitado el individuo para prolongar la velada, o entretenerse con la visión que le ha llamado la atención a su paso hacia su objetivo sepa despreciarla y seguir su prefijado rumbo. Si puede representarse y valorar el camino correcto, podrá indefectiblemente superar estas solicitaciones a la anarquía y a la debilidad.

Todos hemos conocido a espléndidas personas, plenas de gallardía y de simpatía, que al no saber discernir ni controlar sus tentaciones (¿y quien no tiene muchas  al cabo del día?) tuvieron una vida plagada de contradicciones. Sin un empleo, en el que no duraban por sus peculiaridades, muriendo jóvenes en la plenitud de la vida y sin que nadie se fiase de ellos.

De haber despertado su atención voluntaria sobre sus objetivos en la vida (que por supuesto tenían), y haberlos hecho efectivos, su paz y su vida hubiese sido muy distinta. Vivieron en constante sobresalto, y recibieron muchas reprimendas que ellos consideraban injustas según su banal criterio. Todo este cúmulo de trastornos, por causa de no aplicar y prestar una constante disciplina de atención a sus actos.

La sociedad, es como el servicio militar. A veces las ordenanzas nos parecen como muy puestas fuera de razón, pero están puestas para reprimir la anarquía y fomentar el orden, sin el cual ningún ejército podrá cosechar, sino dolorosas y humillantes, y continuas derrotas.

Así pues podemos concluir este pequeño bosquejo sobre la atención correcta, sabiendo que el ejercicio sano de esta concentración sobre objetivos programados de antemano, hace que el esfuerzo se constituya en hábito y este hábito en carácter firme y confiable. Esto es, en carácter genuinamente cristiano.

Podrá tener el individuo contrariedades, y bastantes inconvenientes a lo largo de su andar; pero si adquiere la convicción de la superioridad de la virtud del objetivo a seguir, nada podrá ya apartarle de un consciente dominio sobre sí mismo y sobre todos los demás, dejados a la corriente de la satisfacción de sus deseos más primarios y bajos.  

Mujeres y hombres confiables, que concitarán sobre si todas las simpatías y respeto que tanto claman los desordenados en obtener sin obtenerlo, por simplemente no merecer la confianza de nadie que los conozca.

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